Los Caballos del Vino: “Estética de un sentimiento inaudito y barroco”

El espectáculo emotivo y visual que inunda las calles del Dos de Mayo en Caravaca de la Cruz con motivo de la celebración de “Los Caballos del Vino” es un acontecimiento exclusivo y de una enjundia antropológica sin parangón en el mapa mundial de las festividades. Es la estética de un sentimiento popular y barroco, mucha, mucha pasión y un sólo día, júbilo puro para quien lo vive, recreación gozosa para los sentidos, elegancia sin par, fusión insólita entre belleza animal y artesanía del bordado, exhibición de fuerza, de orgullo, de armonía, de grandeza, mística comunión entre el hombre, el mito y lo sagrado, arte genuino al sol, expuesto y derramado a la intemperie de esta Ciudad Santa en plena primavera. En ninguna otra parte del mundo pueden verse integradas estas características pasionales vividas con el alma y la intensidad sublimes con las que aquí las vivimos.

Nos hallamos ante una forma auténtica de gozo como rito de celebración de la vida y de la tradición. En el fondo subyace un sentido de resarcimiento y catarsis frente a la atonía intrascendente del resto de los días. Sólo así puede ser entendido el entusiasmo y el esfuerzo que el caravaqueño pone para celebrar esta impecable manifestación festiva del fervor, año tras año, sin desánimo alguno, en Caravaca de la Cruz como centro secular de una amplísima zona cerealista y de tierras de labor, con fama histórica en la cría de caballos, con ferias de ganado muy antiguas y famosas y el ya extinguido cultivo de la vid y producción de vino en otros tiempos.

La fiesta, esta fiesta, contribuye también entre los caravaqueños a fundirnos juntos en una especie de subconsciente colectivo y atávico del que nos sentimos depositarios exclusivos. Los “Caballos del Vino” son únicos porque suponen una conmemoración jubilosa inexplicable, producto de una fe y de una tradición asombrosas. No son exportables ni capaces de imitarse en otro lugar porque en un festejo así cualquier imitación sería siempre ridícula, desnaturalizada. Fuera del tiempo y del espacio caravaqueño no tendrían sentido. Ni tan siquiera aquí, fuera de esa mañana, tienen razón de ser.

Fotografía: Pedro Cañota Santillana Sánchez

Imaginemos: Primavera, mayo, mucho sol en las cosas, mucha luz en los mantos, juventud en los ojos, juventud en las calles, alegría en el alma, el amor a una Cruz, ¡Una Cruz en el mundo!, protocolo, gigantes, cascabeles, pañuelos rojos atados al cuello, muchas bandas de música, mantos bordados exquisitamente, los caballos más bellos de Europa, el ímpetu, el vino dulce, la euforia por las venas… Y, sobre todo y siempre, el sentimiento adorable de sentir cómo es bella la tierra en que uno nace y sí poder cantarlo y expresarlo ese día.

Imaginemos todo eso junto, unido y a la vez, todo eso sagrado y al mismo tiempo posible, real, hecho para existir en nuestro acervo, hecho para durar en nuestros hijos, hecho para quedar a través de los siglos. Imaginemos de qué manera un pueblo puede elevar y construir un sentimiento así de poderoso y único, un ritual tan exquisito que casi hace que llores de alegría, porque es frecuente eso: ver a gente ese día llorando de alegría. Los caballos corriendo, los caballos más bellos de la Tierra ese día vestidos, enjaezados, llenos de luz y púrpura bordada recorriendo las calles de un lugar que no se parece a ningún otro lugar y la gente tan pletórica y radiante que quisiera llorar por vivir ese día, ¡estar viviéndolo!

Imaginemos una fiesta que nos congrega en el epicentro mismo de un ritual primordial de sensaciones únicas y preciosas, que nos seduce en su derroche y en su generosidad y hace que nos reconozcamos como herederos legítimos de una tradición sabiamente guardada y renovada. Imaginemos, con los ojos cerrados ahora mismo: una delicia cósmica unida a una felicidad que se experimenta y recuerda, y añadámosle a eso la estética de un sentimiento muy hermoso y barroco. Entonces sabremos que merece la pena haber nacido, estar aquí en la vida para poder ver cada año una fiesta así: tan llena de entusiasmo, tan llena de atractivo, tan llena de prodigio, tan única en el mundo. ¡”Los caballos del vino”: Inaudita pasión y un sólo día!

© Texto de Miguel Sánchez Robles, (Caravaca de la Cruz, 1957. Catedrático de Geografía e Historia y escritor) redactado en apoyo y valoración del Festejo de los “Caballos del vino” a la candidatura como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

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